Hace casi 7 días el mundo tiene la mirada puesta en Qatar, país desconocido hasta que la FIFA eligió a ese país como sede de la Copa Mundial de Fútbol. Argentina tiene una población apasionada por ese deporte y muchos parecen bloquear cada cuatro años los problemas cotidianos para estar pendientes de la Selección.
Este 2022 no fue la excepción y pese al desastre económico y social que nos ha sumergido el kirchnerismo, todos de alguna manera terminamos envueltos en la locura que genera el evento. Lo cierto es que la realidad tarde o temprano golpeará la puerta y tal vez sea demasiado tarde para reaccionar: la sorpresiva derrota de Argentina ante Arabia Saudita descolocó a varios, pero sigue la esperanza por avanzar hacia la final.
Mientras los fanáticos hacen cálculos, los medios no dan margen a otra cosa que no sea ese evento deportivo y los tópicos de la gente solo es fútbol, el dólar oficial no deja de subir, el blue toca los $320 y los demás siguen en alza. Pero todavía hay esperanza (de ganar el mundial). Cuando esta fiebre mundialista pase, el 18 de Diciembre, y la inflación haga imposible hacer las compras navideñas será sin dudas un cachetazo de realidad.
¿Puede un país exigirle más a un Seleccionado que a sus dirigentes? Sí. Los resultados son notables. Incluso se priorizó el partido del pasado martes por la mañana antes que la educación.
No está demás que el pueblo tenga una distracción y se divierta con este tipo de acontecimientos, pero las exigencias son erradas porque en unas semanas el mundial terminará, pero millones de argentinos seguirán en la pobreza aún con trabajo registrado. No es viable una nación que toma como normal que un Presidente viole un decreto que él mismo firmó y se ataque sin piedad jugadores y técnicos por una derrota –sea o no el mundial- .
Un paso de madurez para un país es cuando las exigencias recaen en los que dirigen un país y, como expresó el propio Lionel Scaloni, el fútbol es solo un deporte.
