A esta altura del partido no se comprende si la desconexión con la realidad que tiene el gobierno de Alberto Fernández es adrede o impericia pura.
Mientras la ministra de Economía, Silvina Batakis, viaja a Washington para rogarle al Fondo Monetario Internacional un tanque de oxígeno, en Argentina, los dirigentes del oficialismo están preocupados por una agenda por demás extraña dado el contexto actual.
Un claro ejemplo es el de Axel Kicillof. El gobernador de la Provincia de Buenos Aires, muestra exultante en sus redes como los alumnos del distrito más poblado del país se inscriben para los viajes de egresados gratis que regala el gobierno provincial.
Otro caso increíble es el de la senadora ultra cristinista, Juliana Di Tullio. A diferencia de la portavoz, la representante por la Provincia de Buenos Aires, se muestra preocupada por la escalada del dólar libre, y propone como solución poner a un policía en cada cueva. Cualquier parecido con el régimen venezolano es pura coincidencia.
En cuanto al presidente, podemos ver discursos encendidos en los cuales intenta generar un liderazgo que carece por completo. El famoso refrán “dime de qué alardeas y te diré de qué careces” aplica perfecto para el primer mandatario.
La vicepresidenta, fiel a su estilo, únicamente se hace presente para manifestar su preocupación con el poder judicial. La reforma de la composición de la Corte Suprema de Justicia de la Nación es su obsesión. La causa de vialidad es otro tema que a Cristina la desvela. “La sentencia ya está firmada” expresó la dos veces presidente. El único interrogante que esto plantea es si verdaderamente una eventual condena la tiene en vilo o bien se trata de una maniobra para distraer la agenda pública en el medio de este caos. En cualquiera de los dos escenarios, CFK debe hacerse cargo que forma parte del gobierno y que, gracias a su elección a dedo, tenemos al peor presidente desde la vuelta de la democracia.