Una buena idea no basta para hacer una ley

De los tres poderes del Estado, el Poder Legislativo debe ser el más incomprendido por la sociedad. Esto se debe a qué en un contexto de constantes crisis, se espera que los políticos tomen decisiones inmediatas y eficientes para solucionar los problemas que aquejan a la ciudadanía. El Poder Ejecutivo suele tener los mecanismo y herramientas necesarias para llevar adelante las políticas públicas que hacen falta y si la normativa vigente le dificulta esto, tiene el recurso del Decreto de Necesidad y Urgencia para agilizar los procedimientos y dar respuestas, aunque en muchas ocasiones no sean las más adecuadas o se ponga en tela de juicio su constitucionalidad. Además, el Poder Ejecutivo, a pesar de contar con un gabinete, responde a una sola persona, el Presidente, que puede designar o destituir a los ministros y demás funcionarios.

El Poder Judicial, a pesar de que en muchos aspectos le hace falta modernizarse y agilizar sus procesos, no es, en principio, un órgano político, por lo  que no suele tener injerencia en la cotidianeidad de las personas.

El Poder Legislativo sí es un órgano político, el más importante en muchos aspectos, pero es un órgano colegiado, por lo que para tomar decisiones, cuando no hay una mayoría automática, es necesario generar consensos. El ciudadano de pie, ve a los diputados y senadores como una unidad, pero desconoce el complicado entramado legislativo que existe. Luego del 2001, la crisis política fragmentó el bipartidismo histórico y atomizó las opciones políticas y con ello los bloques parlamentarios, ahora hay muchos más actores en el campo de juego, con ideologías e historias distintas y que incluso un monobloque puede definir el resultado de una votación crucial.

En este contexto, muchas veces somos los propios ciudadanos los que mejor conocemos los problemas que nos afectan y pensamos una innumerable cantidad de soluciones para los mismos, pero a pesar de que el pueblo es quien gobierna y delibera, no lo hace sino por medio de sus representantes. Esto genera que se busquen otras alternativas, así surgen los emprendedores y las ONGs y por qué no, nuevos dirigentes políticos.

En este proceso se generan grandes ideas, a veces demasiado buenas e incluso con fuerte apoyo de la sociedad, pero para obtener carácter general e imperativo, muchas veces deben convertirse en ley y para ello, esa propuesta o reclamo, ese input, debe ingresar a la caja negra del Congreso para su tratamiento y el combustible para hacer funcionar esa maquinaria no es otro que “la voluntad política”.

Está voluntad política crece con cada legislador o bloque que decide acompañar una iniciativa, pero el juego democrático es determinante, la mayoría es la que aprueba las leyes y si la idea es minoritaria solo se puede seguir impulsando la para sumar más voluntades o perecer en el intento.

Desde hace años que se pide la implementación de la Boleta Única de Papel a nivel nacional, una herramienta fundamental para mejorar la transferencia electoral y disminuir las avivadas partidarias, además de que beneficia a las agrupaciones políticas más chicas que no pueden cubrir todas las mesas con fiscales, reduce el gasto y la emisión de papel. Sin embargo, la sanción de ese proyecto se ha visto frustrado en numerosas ocasiones y es que las agrupaciones más tradicionales tienen un esquema de captación de votos que se ve perjudicado con el nuevo sistema y se aferran a la boleta partidaria que tantos problemas trae.

Para cada buena idea hay resistencias que impiden su desarrollo, sea la costumbre, el costo, el impacto social, ambiental, la voluntad política del momento, etc. Además, suelen existir varias alternativas para solucionar un mismo problema por lo que resulta complejo demostrar que una idea es la más adecuada para llevar a cabo.

Si queremos convertir una idea en ley, el primer paso es fundamental y abarca el 50% del trabajo a realizar, redactar el proyecto de ley. Una idea puede surgir de diversas formas, pero bajar esa idea a la realidad es un proceso mucho más complejo y desafiante, porque redactar una ley es pensar a futuro, en sus implicancias y consecuencias. Se debe tener en cuenta donde se aplicará la ley, quienes serán los beneficiarios o afectados, que organismo se encargará de implementar la norma y que procesos burocráticos serán necesarios, si deberá contar con una partida presupuestaria y de donde se obtendrá. Además, las normas tienen un lenguaje propio. Redactar una ley es como escribir una novela, son muchos los que pueden escribir historias, pero los más experimentados sabrán hacer narraciones mejores, que atrapen al lector y no dejen cabos sueltos sin resolver. Si logramos hacer un proyecto con una técnica legislativa adecuada, que beneficie a los ciudadanos y reduzca al mínimo los vacíos legales y arbitrariedades, podremos decir que tenemos un buen proyecto de ley.

Pero este es recién el primer paso, aún hay que decir como se va presentar el proyecto de ley. Puede ser mediante un legislador que le entusiasma la idea y presenta el proyecto o quizás un ciudadano lo ingresa como un proyecto Particular esperando que un diputado lo haga suyo o por medio de la iniciativa popular. La forma puede variar, pero una vez obtenga estado parlamentario, a grandes rasgos, el proceso de formación y sanción de la ley será el mismo.

Hay que tener en cuenta que cada instancia del proceso legislativo es complejo. Si el proyecto es girado a varias comisiones va a ser más difícil que obtenga dictamen que sí es girado a una sola comisión. Si las presidencias de las comisiones las ocupan legisladores que comulgan con el proyecto habrá mayor probabilidad de que sea incorporado en el temario para su tratamiento . Asimismo, es fundamental que la mayoría de los miembros de las comisiones estén de acuerdo con el proyecto, de lo contrario el mismo nunca podrá avanzar de esa instancia, no al menos con el apoyo necesario. Si el proyecto supera la instancia de las comisiones llega el momento de la verdad, su tratamiento en el recinto en el que todos los legisladores lo van a votar pero hay que tener en cuenta que dependiendo lo “cocinado” que esté el proyecto, puede aprobarse rápido o incluso ser modificado mientras los oradores exponen, la rosca no termina hasta que se vota.

Un factor que hay que tener en cuenta es si el parlamento es unicameral o bicameral. Si el proyecto se trata en la Legislatura Porteña, una vez votado, en la mayoría de los casos, se convierte en ley, pero si es debatido en el Congreso Nacional, debe pasar la cámara revisora para iniciar de nuevo todo el tratamiento, donde los actores, las mayorías y los intereses son distintos. No es lo mismo que una fuerza política tenga mayoría en las dos cámaras que solo en una, las estrategias podrían cambiar y en el peor de los casos se puede ver frenado el proyecto, como sucedió con la Boleta Única.

Si queremos que una ley sea sancionada no basta con presentar el proyecto, debemos incidir en cada instancia del proceso legislativo para inclinar la balanza a nuestro favor, si no lo hacemos ¿Por qué esperaríamos que otras personas lo hagan por nosotros?

Todo esto, es lo mínimo que debemos tener en cuenta para entender por qué una buena idea no basta para convertirse en ley, pero  también puede ser por otro factor que aún no mencionamos: nunca fue una buena idea. Solemos enamorarnos de nuestros pensamientos y creaciones y no permitimos que nos critiquen, por miedo al fracaso o simple egocentrismo. Si queremos solucionarle la vida a las personas, debemos tener la mente abierta para que nuestras ideas sean puestas a prueba, de lo contrario solo estaremos persiguiendo la autosatisfacción y no el bienestar general, una actitud que poseen los dirigentes que solemos criticar.

De igual manera, no hay que desanimarse, muchas de las leyes se sancionaron gracias a la persistencia de sus promotores, quienes difundieron sus ideas y consiguieron el acompañamiento social y la voluntad política necesaria para lograrlo.